martes, 13 de agosto de 2013

LA HUIDA


Cruzó el largo pasillo sin levantar la vista en ningún momento. A ambos lados se abrían, como bocas desdentadas, ventanas y puertas sin marcos, eran agujeros negros hechos a golpe de pica en las viejas paredes de bahareque. 
A veces sentía sobre su hombro, o su mejilla, un haz de luz tibia que venía de los agujeros, una voz lejana, el chillido de la madera bajo algún peso, una bocanada de aire caliente que alcanzaba a estrellarse contra su oreja; pero aún así, no levantó la vista ni detuvo su marcha. Miraba sus pies aparecer debajo de sus rodillas y solo pensaba que si consiguiera llegar al final, si lograra salir con vida, podría estar plenamente seguro de que nada nunca lo mataría.

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